Hace aproximadamente un par de meses, como cualquier padre o madre que se precie, nos tocó ir a un cumpleaños infantil. Sí, duele ver cuando la agenda de tus hijos está mucho más cargada de eventos sociales que la tuya propia… pero este post no es precisamente para tratar esos temas.
El cumpleaños se celebraba en uno de esos parque de bolas, que tan concurridos y tan de moda están. En mi experiencia, he encontrado varios tipos:
- Grande, impersonal, lleno de gente corriendo, gritando, comida pre-pre-precocinada… muy proclive a que todo esté totalmente preparado al minuto: niños cantando el cumpleaños feliz de 19:30 a 19:33, entrega de regalos de 19:38 a 19:44… y salir corriendo de ese espacio, porque tiene que entrar el siguiente grupo.
- Pequeños, en la que las posibilidades para que los críos se encuentren a gusto son muy limitadas, y casi tienen que hacer colas interminables para poder tirarse por el tobogán o para poder entrar en la piscina de bolas. Suelen tener un trato muy cercano, e incluso tienes la posibilidad de poder organizarte tú para llevar comida, animación, etc. Vamos, que pagas, y encima tienes que trabajar tú.
- Medianos. A mi me parecen los mejores: tienes un buen trato, tanto para con los pequeños, como con los adultos,, que nos desplazamos para estar allí de testigos. La calidad de estos sitios suele estar muy cuidada y suele haber sitio de sobra para celebrar dos cumpleaños simultáneos… nada que ver con los 15 que se pueden llevar a cabo a la vez en el primer tipo.
Nota del autor: Releyendo mi propia descripción de los parques de bolas, si cambiase 4 ó 5 palabras, bien podría estar hablando de Consultoras IT.
El sitio en cuestión era del grupo 3, “Medianos”. Si estaba bien decorado, y los niños podían correr, saltar y disfrutar sin problemas y con espacio suficiente para evitar los golpes.
Los adultos también disponíamos de nuestro amplio espacio para poder estar a gusto, además de disponer de buenas vistas para controlar a nuestros hijos.
No tenía nada de especial, hasta que uno de los empleados comenzó a hacer globoflexia. Apenas un par de adultos nos fijamos en que había comenzado su actividad. Juntó un par de globos, y en menos de lo que tardo en escribir estas frases, hizo unas preciosas alas de hada. Se lo regaló a una niñita que pasaba por su lado. Cogió otro par de globos y con cuatro ágiles movimientos, ante nuestros ojos, hizo un helicóptero, que regaló en seguida a otro pequeño que corría por la zona.
Ya nos tenía a todos atrapados. Hacíamos apuestas de cuál sería la siguiente figura. Vimos hacer de todo: pulpos, libélulas, pistolas… tal era su destreza, que no sólo los niños pedían figuras, también fuimos varios de los adultos los que nos acercamos a pedir alguno. Lo mejor no era el resultado final, no. Lo mejor era la cara de satisfacción del hombre. Su cara que nos decía que disfrutaba con su trabajo, que le encantaba, que era su verdadera pasión. Que, aunque el parque cerraba a las 21h, él podría estar haciendo figuras con globos durante toda la noche, sólo por ver la cara de la gente (pequeños y grandes).
Casi ya cuando nos íbamos, una niña se acercó a él y le pidió un Unicornio. El chico puso cara de sorpresa: “No sé hacer unicornios…”, y finalmente convenció a la niña con una varita mágica.
Pequeños y grandes nos fuimos cargados de figuras, que no sabíamos muy bien cómo entrarían ni en los coches… ni en las viviendas.
Así pues, la pasada semana, volvimos a ese mismo parque de bolas, en otra celebración. Cuando el chico se dispuso a comenzar con su exhibición de globoflexia, reconoció a una niña, la niña que le había pedido un Unicornio (¡hacía casi dos meses!)… cogió un globo blanco y un globo rosa y en medio minuto:
Como podéis imaginaros, esa tarde tuvo que hacer más de 30 unicornios… además de dinosaurios, cocodrilos, mariposas…
En un rato que le vi libre, me acerqué a hablar con él. Me comentó que él antes era comercial, y que dejó su carrera porque no le motivaba y que por eso decidió dedicarse a esto. En el parque se dedica casi de forma exclusiva a hacer globoflexia y eso sirve como reclamo y valor añadido de este parque frente a otros. A cambio, le dejan todo el tiempo que él quiera para investigar y ver cómo crear figuras nuevas. Me contó que comenzó haciendo la típica espada y el típico perrito… y vio que no se podía quedar en eso. Y por ejemplo, cuando le pidieron el unicornio, estuvo practicando durante semanas, hasta que consiguió hacerlo. Y desde entonces estaba esperando volver a ver a la niña que se lo pidió, ya que tenía la espina clavada, de no haber conseguido darle lo que ella quería.
Este caso se puede llevar a cualquier ámbito de nuestra vida y, por tanto, de nuestro trabajo. Cuanta más motivación tengamos y dejemos que tengan a nuestro alrededor, cuanta más pasión pongamos en cada momento de nuestro día a día… más se reflejará en el resultado final que consigamos.