Hace unas semanas trabajando para un cliente (una startup) pude observar de cerca cómo la necesidad de dar servicio a los clientes estaba matando la creatividad. Y es que empezaban a estar en ese punto en el que las organizaciones se preocupan más por los resultados que por la innovación.
Cualquier organización que quiera tener éxito debe practicar dos tipos de innovación: la sostenible, con la que mejoramos los productos o servicios de forma continua, y la disruptiva, que es la que se practica cuando realmente queremos crecer exponencialmente abriéndonos a nuevos mercados.
El término innovación disruptiva lo acuñó el profesor Clay Christensen en 1995 en su libro “The Innovator’s Dilemma” al observar por qué empresas de todo tipo, bien gestionadas, acababan siendo irrelevantes en el mercado.
Y es que si solo invertimos en innovación sostenible corremos el riesgo de acabar siendo irrelevantes en el mercado (que se lo pregunten a Nokia o Kodak en su momento). Pero claro, para que pueda haber innovación disruptiva tienen que darse una serie de circunstancias que son difíciles de reunir: una estrategia a favor, presupuesto y tiempo suficientes, una priorización clara sobre las iniciativas y por supuesto, una cultura que favorezca la generación de nuevas ideas.
Innovar disruptivamente implica tener poca claridad ni siquiera sobre el problema que queremos solucionar. Y teniendo en cuenta las estadísticas, probablemente más del 80% de las iniciativas de este tipo acabarán sin demasiado éxito.
Pero las demás serán las iniciativas que marcarán la diferencia con respecto a la competencia. Y a esto hay que sumar el aprendizaje que obtendremos con las que acaben en el cementerio de las ideas. El problema es la mala fama que tiene eso del “aprendizaje”. Dile a un inversor que tus iniciativas no están saliendo adelante, pero que por el camino estás aprendiendo un montón, a ver qué te dice.
Las exigencias de los inversores, la necesidad de cubrir las necesidades de los clientes que ya tenemos y la falta de una cultura apropiada acaban matando la innovación disruptiva. Frases como “a mí, con que haga lo mismo que el de la competencia me vale” nos llevarán a la tumba antes que la propia competencia. Este tipo de frases las he oído varias veces en sesiones de ideación en los últimos meses y la verdad es que son devastadoras.
Como dice Eric Rise en su libro “El Método Lean Startup”: «tanto las startups como las empresas consolidadas deben aprender a compatibilizar múltiples tipos de trabajo al mismo tiempo, logrando la excelencia operacional y la innovación disruptiva».
Es posible generar ideas realmente disruptivas si se crea el contexto adecuado
Para ello debemos crear una especie de “sandbox”, un marco que proteja a nuestros productos y servicios de los efectos de la innovación, y que proteja a esta de la dinámica habitual de la organización. Además debemos poner el foco en el resultado, el aprendizaje validado, que tan valioso será para saber qué próximos pasos dar cuando pase a formar parte del core de la organización.
En definitiva, hoy en día la innovación disruptiva es imprescindible, independientemente de quien sea y del tamaño que tenga la organización.
Desde NeuronForest ayudamos a nuestros clientes a crear los espacios necesarios para que esto suceda y los acompañamos en la generación de nuevas ideas centradas en el mercado y que marquen la diferencia.